EDITORIAL: Comprendiendo el Partido Comunista


“Sin teoría revolucionaria, no puede haber tampoco movimiento revolucionario. Nunca se insistirá lo bastante sobre esta idea en un tiempo en que a la prédica en boga del oportunismo va unido un apasionamiento por las formas más estrechas de práctica.”

V. I. Lenin, ¿Qué hacer?




Como ya señalábamos en el Editorial del número 0 de Hoz Y Martillo, la revolución proletaria representa un salto cualitativo respecto a las formas anteriores de entenderse y realizarse la transformación social. El objetivo, la emancipación de la humanidad, y la base, el más perfeccionado sistema de explotación y alienación (el capitalismo), del proceso le confieren atributos radicalmente diferentes a los procesos revolucionarios históricos anteriores. Estas características le convierten en el primer proceso completamente consciente, y por ende voluntario, que afronta la humanidad; y por lo mismo, es el sello que asegura racionalmente que la revolución proletaria es la verdadera culminación de la liberación del ser humano de todas las determinaciones sociales.

Esta originalidad confiere al aspecto consciente y subjetivo del proletariado, a la problemática ideológica, una trascendental importancia sin parangón en la historia. La ideología revolucionaria es, precisamente, la única base coherente desde la que construir el movimiento revolucionario encaminado a la transformación radical de la sociedad. La experiencia ha demostrado sobradamente que este movimiento no puede edificarse desde las luchas parciales y de resistencia, que, precisamente por su parcialidad, al atender sólo a consecuencias fragmentadas de la única causa, las relaciones sociales capitalistas, reproducen y apuntalan a éstas en su conjunto.

La experiencia histórica del movimiento obrero no hace sino refrendar la importancia de la ideología revolucionaria, de esos principios, del plan de emancipación universal. Asimismo, este plan de liberación general no brota, ni puede brotar, de las luchas parciales de las masas, de un pretendido instinto obrero, ni del propio movimiento, sino que surge, como ya sentara Lenin hace más de un siglo, “del proceso social contemporáneo”, un devenir histórico que no puede ser aprehendido desde posiciones fragmentarias de una determinada realidad material (como, por ejemplo, desde las luchas económicas en la actual formación social del Estado español).

De lo que se trata, y ahí reside la constante que posibilita al proletariado convertirse en esas masas que hacen la historia, es de la fusión y articulación de este plan de emancipación, de la ideología revolucionaria, con las masas, con el movimiento proletario, cuyo actual divorcio es la patente más clara de la derrota histórica del proyecto revolucionario. Precisamente, el resultado objetivo de la culminación de este complejo proceso de fusión será, con todos los cambios políticos y culturales que implica respecto de la actualidad, el Partido Comunista.

Huimos así, conscientemente, de cualquier rígida concepción organicista del Partido, que es la que acabó predominando, desfigurándolo y desnaturalizándolo. La visión organicista sancionó la estrecha visión del Partido como mera “organización de la vanguardia”, imaginando un bucólico paisaje poblado de “masas sin partido”, y suponemos que ideológicamente como un folio en blanco, sobre las que la vanguardia, organizada ya en Partido actuaría con la naturalidad del pastor sobre sus ovejas. Irónicamente, los que predicaban (y predican) la objetividad inevitable del desarrollo histórico y lo superfluo y pueril de la atención por lo subjetivo e ideológico, ya impecablemente codificado, concibieron y construyeron (e intentan construir) el principal instrumento de la revolución como una mera unidad intersubjetiva de voluntades, sin atender al estado objetivo de desarrollo del proletariado y su conciencia. Ahí conduce el dogmático oportunismo que algunos denominan “marxismo”, del más rígido mecanicismo y materialismo vulgar al más zafio voluntarismo. Eso significa ni más ni menos la consigna tan en boga de unidad de los comunistas: la sanción orgánica de la desfiguración y derrota del marxismo y del primer Ciclo revolucionario.

Para nosotros, como ya hemos señalado, el Partido es el resultado objetivo de la fusión de la vanguardia con las masas, resultado que requiere unas mínimas condiciones ideológicas, políticas, culturales y sociales objetivas que han de ser forjadas por la vanguardia.

Así, con Lenin, consideramos que el Partido Comunista se plasma, no como mero aparato político, sino como movimiento político revolucionario. La cuestión del Partido, pues, no se solventa, como es habitual en estos tiempos y lugares, con frases vacías sobre el “centralismo democrático” y la “unidad”. Sólo esta concepción como movimiento puede asumir en todas sus consecuencias la manida coletilla leninista de “firmeza en los principios y flexibilidad táctica”. Mientras que en la forma organicista los principios se consideran como un compromiso (liberalismo), base de la unidad orgánica, que al entenderse al margen de las masas abre la puerta al más mezquino oportunismo y pragmatismo político a la hora de acercarse a ellas. En cambio la concepción leninista como movimiento entiende como la ideología revolucionaria se va abriendo paso, a través de la lucha de líneas en una primera fase, desde la conquista de la vanguardia a las grandes masas, para las que, a través de sucesivos eslabones, esta ideología se hace progresivamente comprensible. Sólo de este modo es coherente la concepción del partido de nuevo tipo leninista, construido desde una concepción del mundo alternativa. Lenin, en una carta escrita poco después, resume la concepción organizativa que quiso plasmar en su ¿Qué hacer?:

“Yo sólo señalé la orientación en el carácter cambiante de los eslabones: cuanto mayor sea el carácter de ‘masas’ de la organización, menos definidamente organizada y menos clandestina debe ser; esa es mi tesis. Pero usted interpreta que significa ¡¡que entre las masas y los revolucionarios no se precisan intermediarios!! ¡Pero si toda la esencia está en esos intermediarios!” (Carta a Smidovich, agosto de 1902, que publicaremos íntegramente en un próximo número por considerarlo el epílogo necesario, y muy poco conocido, al ¿Qué hacer?).

Así pues, el Partido no puede resumirse a la mera organización de la vanguardia, sino que incluye a ésta junto a la organización de sus vínculos con las masas (esos “eslabones intermedios”). Como dice Lenin, “la fusión del socialismo científico con el movimiento obrero”.

No obstante, la característica de la actual coyuntura histórica está presidida por la derrota del Ciclo revolucionario que abrió Octubre y la probada incapacidad de los comunistas para culminar la tarea revolucionaria (o ni tan siquiera comenzarla). Cada día es más patente la imposibilidad de retomar el marxismo sin más (o alguna de las corrientes que protagonizaron el Ciclo) para revitalizar el movimiento revolucionario, ya que la crisis de éste no es sino el síntoma social de la de aquél. A diferencia de hace un siglo, hoy no existe un corpus teórico revolucionario que sea ya un referente político inmediato para la sociedad, sino que la época está precisamente marcada por la crisis de éste. La recuperación del movimiento revolucionario, la reconstitución del Partido Comunista, sólo puede venir mediada por la recuperación de la teoría revolucionaria. Es decir, el reinició del camino hacia la emancipación tiene como condición recuperar el plan de emancipación general.

La materia para esta magna tarea no reside, desde luego, en la cabeza de unos cuantos intelectuales, sino en la experiencia histórica del movimiento revolucionario resolviendo efectivamente las tareas de la revolución, los escollos que no pudo salvar, el por qué no pudo salvarlos, etc. En una palabra, la base para la reconstitución del discurso y el referente revolucionario está en el Balance del Ciclo de Octubre.

Por supuesto, ya que no cabe entender este proceso como un sesudo estudio libresco, el único método acorde con el principio universal de la lucha de clases como forma de desarrollo del proletariado es la lucha ideológica entre los destacamentos de una vanguardia muy fragmentada (nueva señal de la profunda crisis del comunismo), sobre la base de la experiencia histórica revolucionaria. Es decir la Lucha de Dos Líneas como proyección de la lucha de clases en el plano ideológico. Ése es hoy día el eslabón del que asir la cadena hacia la reconstitución del movimiento revolucionario en toda su amplitud.

El Militante, o cómo no saber qué hacer

El proletariado no dispone, en su lucha por el Poder, de más arma que la organización"

Lenin, “Un paso adelante, dos pasos atrás

"Para realizar la revolución, hace falta un partido revolucionario. Sin un partido revolucionario creado sobre la teoría revolucionaria

marxista-leninista y en el estilo revolucionario marxista-leninista, es imposible conducir a la clase obrera y las amplias masas populares a la victoria

en la lucha contra el imperialismo y sus lacayos"

Mao Tse-Tung, en “¡Fuerzas Revolucionarias Del Mundo, Uníos, Luchad Contra La Agresión Imperialista!”

De entre toda la amalgama de corrientes y grupúsculos de vanguardia “comunista” que se dan en el Estado Español, existe un ejemplo que muestra hasta qué punto el movimiento navega a la deriva; su nombre es El Militante. Sin más objetivos que realizar críticas algo subidas de tono a los encumbrados representantes de la “izquierda” patria y algunos agudos chillidos contra el desmantelamiento del “Estado de bienestar”, El Militante dice trabajar en pos de la llegada del socialismo, el cual, al parecer, está siempre a la vuelta de la esquina.

¿El socialismo llegará con un periódico y vanos sueños?

Actualmente, el movimiento “comunista” en el Estado español se divide en dos grandes bloques de organizaciones: aquellas que se proclaman partido comunista, y que consideran que la labor de construcción partidaria ya está por completo realizada, a la espera de algunos flecos (mayor incorporación de las masas, uniones o fusiones aún por realizarse), y aquellas que creen firmemente que el proceso de reconstitución partidaria no ha hecho más que comenzar; según estas últimas organizaciones, sólo a través de un profundo estudio analítico de las experiencias proletarias pasadas y una más que necesaria actualización de métodos y tácticas (incluyendo aquí a la teoría revolucionaria por excelencia, el marxismo), se pondrán las bases para la reconstitución de un verdadero Partido Comunista, y por tanto estarán colocados los cimientos para conseguir desarrollar una nueva oleada de revoluciones proletarias.

El Militante, sin embargo, lleva solicitando al cielo la creación de “una organización marxista revolucionaria con un apoyo masivo entre la clase obrera y la juventud” desde hace ya 30 años. Uno podría pensar que esta “organización” se encuentra enclavada dentro del segundo grupo, realizando necesarios análisis y perspectivas encaminadas a reconstituir un partido comunista, para lo cual tendría que denostar, necesariamente, esa penosa inclinación del movimiento hacia el más vil practicismo, que insiste en salir a la calle con una venda en los ojos o, en el mejor de los casos, unas gafas tan llenas de polvo (polvo de un ciclo ya terminado y por lo tanto obsoleto) que no permiten observar la realidad tal cual es. Desgraciadamente, no hay nada más lejos de la realidad: El Militante sigue apoderado de ese mismo polvo hoy igual que hace tres décadas, y no hemos constatado aún la existencia de un Partido Comunista Militante o similar.

Sin embargo, esta más que flagrante contradicción no ha evitado que en todos sus análisis se cuele un optimismo que en algunos casos no deja de ser hilarante: para El Militante, la revolución y el socialismo nos esperan siempre al día siguiente, o a la vuelta de la esquina, o… El caso es que estos están mucho más cerca de lo que parece, y no cesan en su empeño de repetírnoslo, lo que no deja de resultar extremadamente similar a la nefasta tesis de la “inevitabilidad del socialismo”.

Marxismo anquilosado

En el Militante se concentran todas las contradicciones y miserias de nuestros Partidos “Comunistas”, pero con la curiosa característica de que aquí no hay Partido: tanto para unos como para otros, la cercanía de la revolución se mide únicamente por el número de huelgas economicistas que se dan aquende y allende de nuestras fronteras; todos coinciden en sacralizar al obrero medio, sin detenerse a pensar en que la aristocracia obrera representa un freno objetivo, pues forma parte del sistema de explotación; todos luchan por agarrarse a cualquier clavo ardiendo (léase Venezuela/Cuba/III República) para intentar demostrar que lo que antes podía ser válido sigue siéndolo, porque nada ha cambiado.

Su visión anquilosada del marxismo, relegado al simple análisis polvoriento con el que llenan su periódico, se puede ver por doquier, incluso a la hora de seleccionar citas: últimamente uno puede apreciar la difusión de una frase de Spinoza, utilizada por Alan Woods en varios artículos para intentar aportar un cierto aire intelectual a sus escritos: “Ni reír, ni llorar, sino comprender”. ¿Qué mejor prueba de que para nuestros compañeros de El Militante el marxismo no pasa de ser una herramienta de observación inmóvil, una simple excusa para tediosas tertulias de salón? Más de uno debería recordarles que con comprender no basta, sino que es necesaria la transformación, la revolución.

Como ellos mismos suelen decir a través de su mayor ideólogo, “no hay peor sordo que el que no quiere oír”… Aunque quizás sea peor aquel que oye cantos de sirena donde tan sólo se intenta vender el mismo humo. La reiterada adulación a la llamada “Revolución Bolivariana” o “Socialismo del Siglo XXI” por parte de El Militante es a todas luces el corolario de sus concepciones políticas: ya que sus previsiones (inevitabilidad del socialismo) no encuentran acomodo en la realidad, intentan meter con calzador cualquier experiencia actual en su molde interpretativo: así pues, la subida al poder de cierta fracción burguesa “antiimperialista” se presenta como la mayor de las panaceas en el combate por el socialismo, tal y como señalan en su programa: “(…) Esta nueva época será también la de la revolución, como se ve claramente en los tremendos acontecimientos que están sucediendo en América Latina y particularmente en Venezuela, cuyo proceso revolucionario es hoy por hoy la punta de lanza de la lucha contra el capitalismo a escala mundial”. Intentar otorgar la condición de anticapitalista a una “revolución” cuyo máximo exponente, Hugo Chávez, ha reiterado en numerosas ocasiones que no cree que el motor de la historia sea la lucha de clases es, cuanto menos, oportunista.

Fraseología marxista, peticiones pequeño-burguesas al “Padrecito”

El Militante, siguiendo con su lógica de adoptar como suyas tradiciones de partidos “comunistas” que ya deberían de haber desaparecido de sus consignas hace muchísimo tiempo, hace gala de lo que se podría llamar “programa mínimo”, pese a no especificarlo en ningún lado (en este caso hemos sido condescendientes, porque podría tratarse de su “programa máximo”). Entre otras cosas, su “alternativa socialista”, como ellos la llaman, pasa por la “Reducción de la jornada laboral a 35 horas sin reducción salarial”, eliminar la “precariedal laboral” o conseguir un “Salario Mínimo de 900 euros al mes a partir de los 16 años”. ¡Curiosa forma la que presenta esta “alternativa socialista”! Según el Militante, el Estado Francés estaría a punto de llegar a alcanzar gran parte de su programa (mínimo), ¡e incluso lo superaría en materia de sueldos mínimos! Por no hablar del problema que arrastran, al igual que otras tantas organizaciones, cuando confunden la nacionalización de los medios de producción con su socialización, o la ya más que repetida cantinela de la economía planificada… ¿Alguien duda que la economía capitalista no lo esté? Sin duda, es vergonzosa la postura economicista, de claro corte sindicalista, en la que están inmersos los integrantes de El Militante; y eso que ahora, al menos, han eliminado ese famoso anhelo en el que solicitaban que hubiese un “verdadero programa de izquierdas” en IU… ¡Y en el PSOE!

Nada está más lejos de El Militante que proponer la revolución socialista para liberar al hombre de la explotación por el hombre; las peticiones a la burguesía acompañadas de hueca fraseología marxista no representan más que balas recubiertas de azúcar, y esa ha sido la tónica habitual en los más de 30 años de existencia de El Militante.

Quintus



Masas insurgentes encienden la periferia


El apartheid social inherente al sistema capitalista y sus contradicciones irreconciliables entre capital y trabajo, sumados dan como resultado la explosión de rabia que durante los dos últimos años y con mayor intensidad entre Octubre y diciembre de 2005 en Clichy-sois-Bois y entre Noviembre y diciembre de 2007 en Villiers-le Bel han pintado el extrarradio de estas barriadas de París y el de otras ciudades como Marsella, Nantes o Lyón del color de la rebeldía. La incógnita a despejar en esta ecuación es cual es el verdadero potencial revolucionario de esta ráfaga de violencia espontánea que ha llamado poderosamente la atención de todos los militantes conscientes.

Los hechos fueron provocados por la actuación de la policía francesa que tras un choque contra la motocicleta conducida por dos jóvenes de 15 y 16 años resultaron muertos. La fiscalía francesa exculpó a los dos policías de la causa tras la investigación realizada. La versión oficial dibujaba la siguiente secuencia de hechos: Moushin y Larami, que así se llamaban los interfectos, conducían una moto a toda velocidad por las calles de Villiers-le Bel cuando chocaron con un coche de policía a la salida de un cruce. La muerte de estos dos jóvenes fue el detonante de las consiguientes jornadas de disturbios que arrasaron esta barriada parisina. El Saldo fue el de cuatrocientos jóvenes detenidos centenares de vehículos y edificios públicos incendiados. La aparición de un video doméstico grabado por un vecino de la zona demostrando la actuación policial en la cual aparecían los dos jóvenes golpeando el coche policial y tras ello el conocido final. El esclarecimiento de la actuación policial dio como resultado que en Villers-le Bel y en Toulouse se produjeran de nuevo noches de duras escaramuzas con la policía antidisturbios teniendo esta vez un sesgo diferente, en los enfrentamientos varios agentes fueron heridos por arma de fuego.

Los jóvenes banlieueosards hicieron temblar de miedo durante el otoño de 2005 al Estado francés y durante esta última oleada de disturbios en Noviembre de 2007 han vuelto a recordarle que solo manu militari es posible solucionar la crisis social, como así ha hecho el gobierno de Fillon, convirtiendo las barriadas en territorios vigilados permanentemente por la policía, imponiendo el terror a la población, que esta vez se ha convertido en cómplice necesario para con estos jóvenes a los que sólo se les puede acusar de rebelarse contra esa sociedad que les excluye permanentemente, cobrándose el Estado francés el saldo de tres mil detenidos, de los que obviamente solo una mínima parte son potenciales participantes en las algaradas nocturnas ocurridas en la zona.

El origen de la banlieue hay que buscarlo en el new deal francés de la posguerra mundial correspondiente a la correlación de fuerzas existentes, con un Partido Comunista Francés hegemónico y un de Gaulle que fundaba la v República con la idea de asentar el consenso social y el desarrollo del estado del bienestar para evitar la posible crisis que comenzó ha manifestarse durante el “Mayo del 68” y que concluyó con los acuerdos de Grenelle por los que los sindicatos arrancaron a la patronal pequeñas conquistas como la subida del salario mínimo del 35% o la jornada de cuarenta horas semanales, consiguiendo además el compromiso del estado para la construcción de viviendas públicas y el desarrollo de las políticas necesarias para que las grandes masas asalariadas y desempleadas pasarán por el aro del reformismo burgués que blandía como bandera el PCF. Las banlieues francesas son lo que los comunistas hemos denominado siempre “cinturón rojo” de París. Los actuales distritos de Val-de-Marne, Seine-Saint-Denis y Hauts-de-Seine son aquellos barrios en los que se agrupaba la clase obrera francesa junto con los trabajadores provenientes del los países del sur de Europa, Italia y en su mayoría Portugal y España y a los que en la segunda mitad de los años 60 se incorporaría el proletariado post-colonial de Marruecos Argelia y Túnez. El proceso de degradación de las condiciones de vida a mediados de los años 70 con un acusado aumento del paro juvenil y de la exclusión social convirtió a estas barriadas en lo que hoy los políticos burgueses franceses llaman ZUS (Zonas Urbanas Sensibles). Existen según el estado francés 738 ZUS en la Francia continental y en los territorios de Ultramar. La posterior descolonización de los países del África Central y del Sur y la implantación del modelo de producción postfordista han convertido a estas zonas en verdaderos guettos en los que conviven todas las razas y todas las culturas unidas bajo el denominador común de no tener ningún tipo de futuro ni de expectativas de vida.

La línea continua en la que se ha movido la lucha de clases en Francia exarcebó la contradicción entre las cités, es decir la zonas del centro de París en las que se asienta la burguesía y la clase media acomodada y las banlieues es decir los barrios periféricos en los que se agolpan las masas explotadas y excluidas.

El grupo de jóvenes que han protagonizado las rebeliones en Clichy-sois-Bois y Villiers-le Bel son actualmente la manifestación social de las irreconciliables contradicciones entre la burguesía, que a mediados del mes de Noviembre encendían las luces de navidad en el céntrico boulevard de París por el que los comuneros desfilaron triunfantes al proclamarse la Comuna y el proletariado que al mismo tiempo en los barrios encendía las llamas de la rebelión. El fenómeno de los banlieueosards se ha revelado como la nueva fuerza revolucionaria capaz de poner en jaque no solo las CRS (Compañías Republicanas de Seguridad) que tomaron militarmente sus barrios sino a todo el estado francés, convirtiéndose los disturbios en casus belii para Nicolás Sarkozy que ha conocido de cerca las dos explosiones, la de Clichy-sois-Bois como ministro del Interior y la de Villiers-le Bel como presidente de la República, demostrando así que cuando las masas son capaces de desafiar la autoridad burguesa que se asienta sobre la explotación asalariada solo se les puede doblegar por medio de la toma militar de las zonas y la aplicación del terror y la represión, como así ha actuado el propio gobierno de Francoise Fillon deteniendo tras los últimas revueltas a cuatrocientas personas a las que se puso en el disparadero acusándolos de ser cómplices, de proteger a los jóvenes.

La espontaneidad y el carácter destructivo y nihilista de la revueltas no debe desmoralizarnos, sino todo lo contrario, debe impulsar hoy más que nunca el proceso de reconstitución de la ideología revolucionaria y de su estado mayor, el Partido Comunista al observar como los jóvenes banlieusards han sacudido no solo los cimientos del Estado francés sino que han asestado el golpe de gracia a la “vieja concepción” de ver en la aristocracia obrera el objeto de la revolución, sabiendo que ésta no sólo no combate al sistema sino que mediante sus métodos de lucha tradeunionista y su ideología revisionista lo apuntala, siendo hoy el aliado más fiel de la burguesía.

Rectugenos

Acerca del Partido Comunista


Dentro del movimiento comunista se habla de la importancia del Partido de Nuevo Tipo. Éste es la fusión del socialismo científico con el movimiento obrero, es el depositario de la ideología revolucionaria (cualquiera que sea su estadio de desarrollo) y representa la relación social entre masas y vanguardia proletarias. Pero esta definición no es suficiente en las circunstancias actuales de derrota. Es necesario reflexionar acerca de su naturaleza y sus implicaciones sociales para tener claro que es exactamente lo que necesitamos reconstituir. Este artículo pretende esta reflexión.

El Marxismo entiende el desarrollo histórico de la Humanidad como el camino desde el Comunismo en estado de necesidad hasta el Comunismo en estado de libertad. Entre ambos se abre un periodo de formaciones sociales clasistas, donde la Humanidad se divide en explotados y explotadores. El Capitalismo en su fase imperialista es el más perfecto sistema de explotación, ha demostrado capacidad de integración de los vestigios de otros modos de producción que integra marginalmente donde aún subsisten –el feudalismo, por ejemplo, que se mantiene en determinadas áreas geográficas forma parte del sistema imperialista- así como también a sus críticos, como es el lugar estructural en la explotación que ocupa la aristocracia obrera como correa de transmisión. Esto, junto a su tendencia a expropiar a la mayoría de la población y proletarizarlos, hace del Capitalismo el último sistema de explotación pues genera una tendencia a crear dos únicas clases en contradicción antagónica. Todo esto coloca al Proletariado en una situación inédita: o termina con el Capitalismo o éste se reproduce constantemente, abocando a la Humanidad hacia dos únicas salidas: la Barbarie o la Revolución. La Revolución proletaria tiene, así mismo, un carácter novedoso, pues esta no solo debe acabar con el Capitalismo, sino con la existencia de explotación, pues lo opresión burguesa carece de contradicciones que permitan que otra clase derroque a la burguesía y establezca su propio modelo de explotación clasista. Por tanto la revolución solo puede significar emancipar a la humanidad construyendo una sociedad sin clases.

La historia de la clase obrera es la historia de su toma de conciencia. Primero conciencia “en sí” y luego “para sí”. Durante la fase librecambista (siglo XIX) del Capitalismo el proletariado va dándose cuenta de la dominación burguesa y empieza a luchar para mejorar sus condiciones de vida. Es la época de la lucha sindical por las mejoras salariales, condiciones de trabajo, la época del “curro digno y con derechos”. Sin embargo, estas luchas no cuestionaban al Capitalismo ni la posición como clase explotada del proletariado, ya que se limitaban a reproducir su lugar social, pero en “mejores condiciones”. Esto cambia en la etapa imperialista, cuando el proletariado se dota históricamente de conciencia “para sí”, cuando se da cuenta de que luchar por reformas solo fortalece a la explotación capitalista, pues no se cuestiona la explotación, solo sus formas concretas y esta no desaparece, sino que es capaz de ceder y mejorar las condiciones de explotación. Además, estos logros son momentáneos, se pierden y se vuelen a ganar a lo largo del tiempo, enzarzándose en un tira y afloja que solo reproduce la explotación capitalista (en diferentes condiciones) pero que nunca acaba con ella. Octubre, por contra, significó el primer intento de la conciencia “para sí” de destruir al Capitalismo y con ello las clases.

A esta conciencia corresponde una nueva forma de organización distinta al partido obrero de masas y el sindicato. Ésta es el Partido Comunista (PC). El PC supone trascender la conciencia espontánea que se traduce en mejoras económicas. Partiendo históricamente de la experiencia acumulada en el siglo XIX, los bolcheviques recuperan consecuentemente el pensamiento de Marx de que al Socialismo no se llega a través de la acumulación de reformas parciales, principal objetivo de la socialdemocracia decimonónica, sino a través de la toma violenta del poder por el proletariado y la instauración de su dictadura. Para ello la clase obrera debe dotarse del PC, que representa la fusión de la vanguardia con las masas a través de la ideología revolucionaria (el comunismo). La clave es la ideología revolucionaria, entendida como el conjunto conocimientos mas avanzados unidos a la experiencia histórica de la lucha de clases. Por tanto, ésta se encuentra en constante elaboración, incorporando todas las nuevas experiencias. Desgraciadamente, la clase no está, bajo las condiciones del Capitalismo, en condiciones de superar la división del trabajo, ni las masas, por sí solas, de elaborar ideología revolucionaria (ponte a estudiar las obras de Lenin, por ejemplo, tras 10 horas de trabajo entregado al capital). Sin embrago, existen individuos, independientemente de su origen social, que si están en condiciones de elaborar y asimilar la ideología revolucionaria y elevar al resto del proletariado hacia sus posiciones, ésta es la vanguardia del proletariado. Cuando ésta se fusiona con las masas mediante la ideología tenemos al PC constituido. El PC, por tanto, es la relación entre vanguardia y masas. El movimiento de las masas, tomando conciencia revolucionaria, hacia las posiciones vanguardia.

Actualmente, en el estado español, vanguardia y masa están desligadas. La propia vanguardia no está en condiciones de vincularse a las masas a través de un programa revolucionario. Debemos partir de la situación concreta, y esta es la de derrota histórica y fin del ciclo iniciado con Octubre. Esta derrota es ideológica y política, para su superación es necesario reconstituir ambos aspectos y la iniciativa solo puede partir de la vanguardia. El estudio del Ciclo y la defensa de los resultados que produzca a través de la lucha de dos líneas es el método que debemos aplicar, a la vez que el fruto de este estudio y de la lucha se va transformando en línea de masas y programa revolucionario. Esta actividad parte del seno de la vanguardia y según se desarrolla va incorporando a las masas. Cuando en la vanguardia, después de todo este proceso, esta en condiciones de elaborar el programa revolucionario en el que se vinculan los problemas candentes de las masas al horizonte revolucionario, puede considerarse el fin de la reconstitución y el inicio de un nuevo asalto al poder.

Vemos, por tanto, que la reconstitución no pasa por unificar orgánicamente a cierto número de organizaciones o individuos de la vanguardia. Ideología revolucionaria sólo hay una, y a esta sólo se llega a través de la lucha de dos líneas. Por tanto a la reconstitución del PC se llega a través de la victoria de la línea roja sobre la revisionista: el debate y la lucha por los principios del Marxismo-Leninismo y su aplicación a las circunstancias concretas del Estado Español.

Mario

Sobre el antifascismo y la experiencia reciente


El asesinato del joven militante antifascista Carlos Javier Palomino el pasado 11 de noviembre en Madrid a manos de un militar neonazi ha convulsionado al conjunto del movimiento. Vaya por delante nuestro pésame y apoyo a la familia, compañeros y amigos de Carlos y nuestro compromiso de que el asesinato no caiga en el olvido en espera del día en que los crímenes contra el proletariado reciban justa satisfacción. Sin embargo, el presente artículo pretende ser una aproximación a los límites inherentes al antifascismo y reseñar alguna de las lecciones de la experiencia reciente del movimiento, amargamente recibidas a costa de sangre.

El antifascismo es, por definición, una respuesta a una consecuencia del sistema capitalista, el fascismo, que de ningún modo es estructuralmente consustancial a alguna de sus fases (sin olvidar la tendencia a la reacción de la fase imperialista), sino que éste es un movimiento político y una forma estatal usada por el sistema tanto para contrarrestar al movimiento revolucionario como en la pugna entre facciones de la burguesía o como válvula de escape a sus crisis. Así es un producto natural del antifascismo, al atender sólo a una consecuencia del problema, la tendencia a reproducir la causa de éste, es decir, el capitalismo. No en vano, la tendencia histórica de este frente de lucha cuando ha sido dotado de sustantividad en la tarea revolucionaria ha sido la de poner en primer plano la oposición democracia/fascismo, velando la identidad básica de ambas como formas de la dictadura de la burguesía, relegando la cuestión central del socialismo y la dictadura del proletariado.

En este sentido, como en cualquier otro frente parcial o de resistencia, hemos podido comprobar también en este terreno, ante los dramáticos acontecimientos sucedidos, las perniciosas tendencias al espontaneísmo y a la reconducción por el sistema, al que finalmente, de un modo u otro, acaba reproduciendo.

Así, hemos visto como la justa indignación por el crimen y su manipulación por los medios propagandísticos capitalistas ha podido ser, en vista de su carácter espontáneo y disperso, reconducida por estos mismos medios, sirviendo para la legitimación de la criminalización y el aislamiento de eso que llaman “ultraizquierda”. Esto es lo que ha sucedido con los sucesos dispersos y aislados de enfrentamiento violento con las fuerzas represivas y la vinculación, real o imaginada, con el independentismo vasco.

Especialmente nos ha sorprendido, aunque no debería ser así, pues conocemos la fuerte atracción que el espontaneísmo siente hacia “lo posible”, “lo práctico” o “lo real”, el impulso de la mayoría del movimiento a remitir a la legalidad del Estado capitalista como remedio a alguno de los males que sufrimos, clamando por la ilegalización de las organizaciones fascistas y sus actos.

Desde luego, no nos cabe duda que para los posibilistas es mucho más “tangible” y “real” el Estado capitalista que la elevación de la conciencia revolucionaria de las masas. Lo que nos deja perplejos es la extensión de esta actitud y la aparente ignorancia ante las evidentísimas consecuencias lógicas de tal propuesta. En primer lugar, supone el apuntalamiento y la legitimación de nuestro principal enemigo, el Estado capitalista. La exigencia de ilegalización de organizaciones por el recurso a la intrínsecamente malvada violencia sólo puede representar el reforzamiento del legalmente existente y en general indiscutido monopolio de la violencia por parte del Estado, además de otorgarle a éste, desde supuestas posiciones antisistema, la prerrogativa de ordenador y mediador social legítimo. Además, esta actitud le supone portador, alimentando las ilusiones democrático-burguesas, de algún tipo de solución a los problemas sociales, despojándonos a nosotros mismos de tal capacidad (es decir, en este caso concreto, el movimiento antifascista renuncia a ser la única y verdadera solución frente al fascismo) y ocultando, además, el auténtico carácter del Estado como verdadero brazo armado del problema: el capitalismo y la sociedad de clases. ¡Realmente es difícil imaginar una consigna más perniciosa para nosotros mismos!

Si estos razonamientos teóricos no resultan claros, veamos ejemplos más prácticos. ¿Cómo podemos, tras estas peticiones de ilegalización, oponernos consecuentemente a la Ley de Partidos? Esa que precisamente está sometiendo a una especie de apartheid al independentismo vasco. Resulta que estamos haciendo justo lo contrario, legitimando desde la izquierda y justificando, con el falaz argumento de “mientras sea así que también les afecte a ellos”, la existencia de esta infame ley. He aquí ejemplificada la tragedia de las luchas parciales en ausencia de un movimiento revolucionario articulado ¡se pretende combatir al fascismo apoyándonos en las leyes que sancionan la fascistización del Estado!

Otro ejemplo, clamar la ilegalización por el peregrino argumento de la violencia ¿a quién puede beneficiar, cuando los grupos fascistas están ampliamente imbricados con el aparato del Estado –y el asesinato de Carlos ha suministrado la enésima prueba en este sentido-, es decir, con el monopolio de la violencia? Por decirlo de una forma puerilmente simple ¿en qué tipo de actos y manifestaciones suelen tener preferencia por actuar los provocadores policiales?

Y no es que nos opongamos al uso de la violencia, todo lo contrario: sabemos que la superación del capitalismo pasa únicamente por la más amplia propaganda y el uso de la violencia revolucionaria. Pero por eso mismo no nos vale cualquier tipo de violencia.

Desde luego, no se nos pasa por la cabeza condenar la violencia espontánea que se vio en algunas concentraciones de repulsa por el crimen, motivada, repetimos, por la justísima ira ante el asesinato y los intentos de reconducción e instrumentalización por parte de turbios oportunistas. Lo que queremos señalar es que precisamente esta última experiencia vuelve a demostrar una vez más la esterilidad del espontaneísmo para salir de ciertos y muy estrechos límites, y la facilidad de su reconducción por el sistema, que, una vez más, consiguió aislar y avanzar en la criminalización de los sectores más avanzados del movimiento. Esta experiencia ha vuelto a poner en relieve la imposibilidad de transitar desde la resistencia misma a un movimiento consecuentemente antagónico, revolucionario. Eso es lo que subrayamos, mientras no formemos esa organización independiente del medio y de los vaivenes del movimiento, sobre la base de la reconstitución de la ideología revolucionaria, estaremos condenados a seguir recibiendo los golpes por duplicado (asesinato y criminalización). Sólo con ella podremos empezar a plantearnos el responder sistemáticamente a su violencia con una violencia de masas.

Con este artículo tampoco queremos desestimar la labor del movimiento antifascista como frente de lucha parcial. Creemos que es útil para comenzar a organizar una mínima autodefensa frente a los desmanes del sistema en forma de bandas fascistas que pretenden instalar un terror blanco en las calles, dirigido fundamentalmente contra la vanguardia. También señalamos que, aunque frente de lucha parcial, el antifascismo se sitúa en un plano más elevado, político, que la lucha meramente económica, y por ello puede ser un mejor terreno para que los revolucionarios planteemos las problemáticas ideológicas que están en el orden del día de la revitalización de la revolución.

Por eso, porque estamos de acuerdo en que ya no cabe poner más mejillas, pongámonos manos a la obra con la tarea fundamental, la reconstitución ideológica y política del comunismo, como condición para el desencadenamiento de un terror revolucionario consciente y de masas en el que se ahogarán el criminal capitalismo y sus lacayos ensangrentados.

Sertorio

TALLER MARXISTA ¿Qué hacer? Problemas candentes del movimiento



Lenin, en su obra “¿Qué hacer?”, analiza la experiencia de la socialdemocracia rusa, dividiéndola en tres períodos, este ejercicio de balance sienta las bases para el posterior deslindamiento con el revisionismo menchevique y el afianzamiento de la línea revolucionaria, el bolchevismo.

Tres son los períodos en que se divide la historia de la socialdemocracia rusa hasta 1903.

El primer período, de 1884 a 1894. Período de intensa lucha ideológica dentro de la socialdemocracia, cuyo resultado es el afianzamiento teórico y programático del movimiento socialdemócrata. En esta etapa, la socialdemocracia no tiene vinculación con el movimiento obrero.

El segundo período, de 1894 a 1898. La socialdemocracia se posiciona como partido político, impulsando a las masas populares. Es el momento del deslindamiento político de la línea revolucionaria con el populismo, período de lucha por la dirección del moviendo proletario, por la posición de vanguardia. En el fragor de la batalla contra los héroes del terror, los socialdemócratas no sólo no descuidaban la teoría revolucionaria, sino que los intelectuales sentían pasión por el marxismo.

El tercer período, a partir de 1898, se caracteriza por el atraso de los dirigentes, posicionándose en la retaguardia, frente al auge del movimiento espontáneo de masas. En palabras de Lenin:

“Los dirigentes no sólo quedan rezagados tanto en el sentido teórico (“libertad de crítica”), como en el terreno práctico (“métodos primitivos de trabajo”), sino que intentan defender su atraso recurriendo a toda clase de argumentos rimbombantes. (…) Lo que caracteriza a este período no es el desprecio olímpico de la práctica por algún admirador de lo “absoluto”, sino precisamente la unión de un practicismo mezquino con la más completa despreocupación por la teoría.” (Progreso, Págs. 179 y 180)

En este contexto escribe Lenin “¿Qué hacer?”, cuya importancia no sólo radica en la gran cantidad de posibles citas, las cuales constituyen un magisterio fundamental para la lucha contra las desviaciones revisionistas que, tanto hoy como entonces, desvirtúan el marxismo y arrastran al movimiento comunista por la senda del practicismo, en cualquiera de sus formas históricas, ya sea el sindicalismo, como el terrorismo. El mayor aporte que constituye esta obra, lo encontramos en su naturaleza de balance de la experiencia de la socialdemocracia rusa, que sienta la bases para la constitución del partido bolchevique, no como organización de dirigentes (la tradicional manera sesgada en que nuestro movimiento ha entendido esta obra), aunque Lenin se centre en el eslabón de la organización de la vanguardia, sino como fusión de las masas proletarias con su vanguardia revolucionaria, lo cual permite cerrar el tercer periodo y dar paso al periodo revolucionario, la era del partido bolchevique.

Pese a los esfuerzos de Lenin por hacer un balance consecuente, los bolcheviques no consiguen romper totalmente con la ralea del tercer período. Métodos primitivos de trabajo, despreocupación por la teoría, entre otros, no son exclusivos de la realidad rusa, sino que estos elementos son arrastrados por el movimiento comunista ya desde la segunda internacional, causa que provoca un hilo de continuidad con el tercer período, subsistencia del economicismo y su posterior rehabilitación hasta hoy en día.

Cabría preguntarse: “¿y ahora qué?, ¿dónde nos encontramos nosotros?”. Tras la derrota sufrida por el comunismo, ya no nos encontramos en el contexto del ciclo, todas las tendencias dilapidadoras del marxismo, pertenecientes al tercer período, no sólo han sufrido una revitalización sino que son las posturas dominantes. Descontextualización del ciclo y afianzamiento del revisionismo como elementos característicos del movimiento comunista confirman la ausencia de referente revolucionario.

La socialdemocracia rusa en el primer período, en el cual se afianza la teoría y el programa, contaba con toda la experiencia anterior de la socialdemocracia europea, lo cual les permite construir un programa desde la lucha de Marx y Engels. Aunque anacrónico, haciendo un intento de buscar las similitudes con la situación en la que se encontraba la socialdemocracia rusa, tendríamos que retroceder aún más en la historia del movimiento comunista, ya que nosotros, en nuestra actual situación, contamos con la experiencia del ciclo revolucionario de octubre, experiencia sí, pero sin sintetizar; de ahí la necesidad imperiosa de cumplir con la obligación histórica que todos los revolucionarios anteriores en cumplido, de ahí la necesidad del balance.

Hoy la tarea que nos exige la revolución, es la construcción de referente, estamos en la fase de construcción de vanguardia, y Lenin demuestra en su obra, que todo movimiento revolucionario se construye desde la lucha de dos líneas, la cual nos permitirá sentar las bases científicas previas al programa revolucionario, con el cual podremos acercar nuestro discurso a las masas proletarias.

En resumen, la etapa del movimiento comunista cuyas tareas se pueden identificar a las actuales, es la etapa de construcción de referente revolucionario, previa al primer período.


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